domingo, 16 de diciembre de 2007

viernes, 14 de diciembre de 2007

Pro malis hominibus.

No le faltaba razón al loco de Weimar al despreciar al pueblo. La diferencia entre él y yo, que por desgracia aún conservo cierta cordura, es que le asqueaba todo lo que oliera a plebe, incluso sus más ilustres y nobles descendientes individuales.
Los individuos que se dejan absorber por el grupo acaban aplaudiendo o abucheando sin saber porqué. Convencionalmente, adoptan posturas absurdas y repulsivas, que el pensador, en cuanto individuo, rechaza de plano.
Por suerte o por desgracia, el Homo homini lupus hobbesiano, para lamento de Rousseau, se cumple. Y digo por desgracia porque asímismo también predijo que el Estado serviría para domesticar al lobo. No me malentendáis, no defiendo la misantropía ni la destrucción mutua, lo que ocurre es que estos lobos domesticados se convierten en homines homini homines, si me permitís la expresión, mucho más temibles y de espíritu más rastrero. Solo hay que ver cómo el Lobo se permite la noche, valiente, dispuesto a encontrarse con otros de su especie o cualquier otra; mientras que el Hombre esconde la cabeza hasta que vuelve la luz, y si sale, lo hace con temor y con un puñal escondido bajo la capa.
Si queréis conocer la verdad no preguntéis al carro de Apolo, que se deslumbra a sí mismo, sino a Selene, que se limita a observar, y todo queda en su piel grabado igual que la luminosidad del Astro.
Sí, afirmo que es el pueblo como ente el culpable de las injusticias para con los audaces lobos, que no se temen a sí mismos, ¿acaso hay algo más peligroso?
Los animales integrados en la plebe, da igual si queréis llamarlos ovejas que perros de caza o falderos, tiemblan cuando lo valiente se expresa, cuando algún Lobo trata de mostrarles la verdad: no hay verdad que valga, solo existe el mundo y lo que queramos hacer de él y con él.
Al igual que los ganaderos, los hombres dogmáticos, ya sean de la Iglesia, de la Meca, la Sinagoga o el Estado, a los que los hermanos de Rómulo y Remo llamamos pastores, se guardan bien de que su rebaño no salga del recinto vallado. Les da miedo que vean que lo real es la irrealidad, que solo existe lo que aún no es creado, y lo que existía, inmediatamente ha fenecido. De ahí los infantiles cuentos Ad lupis, y por eso enseñaron a balar a sus corderos.
En el presente, nos encontramos con que aparecen ovejas disfrazadas de lobo, que no hacen más que desprestigiar la imagen de la nobleza, no de sangre sino de espíritu, y como parte del rebaño que son, no pueden más que esconderse en el grupo. Quizá sean las ovejas negras.

Cuando los hube rebasado, una voz, no sabría decir si de la chica o su acompañante, llamó a los demás. Ambas posibilidades me produjeron una inquietud indecible.

El Grito. Óleo, temple y pastel sobre carton, por Edward Munch (1893).

miércoles, 12 de diciembre de 2007

martes, 11 de diciembre de 2007



Ves la nieve blanca y te emocionas. Sabes que yo envío los brillantes copos. Este momento no podía ser corriente. Ambos lo sabemos. Por eso los envío. Nada puede ser igual que antes. No ahora que he muerto.

La Rectoría Jardín en Nuenen en la nieve. Óleo sobre lienzo, por Vincent van Gogh.

En Sevilla.

Era una tarde fresca en Sevilla, impropia del agosto que corría. Colocó el fular al reflejo del escaparate de la librería y marchó con paso firme y bamboleante, como de costumbre, templando la temperatura a su paso y acabando de caldear el ambiente con su dulce fragancia.
La calle Sierpes rebosaba multitudes. La plaza de San Francisco estaba repleta. La zona centro irradiaba un confortable calor humano animado por el agradable clima. Los tenderetes ambulantes apenas dejaban un claro de asfalto o enlosado y Ana coqueteaba con todas las baratijas.


Hace años que se fue. Hace años que me dejó. Hace años que estoy solo.
Apenas sabría describir su rostro. No estoy seguro de recordar el color de su pelo, el color de sus ojos. Hace años que estoy solo.
No conozco ya su voz. No resuena en mi mente ninguna palabra de su agridulce boca. Hace años que estoy solo.
Nada me queda de ella. Solo la pulsera rosa que compró una tarde de verano.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Las cosas claras y el chocolate con avellanas.

El otro día, saliendo del metro, camino de la facultad, se me abalanzó un personaje de unos treinta que iba vestido como si acabara de salir de catequesis. Y todo para darme un papelucho, un panfleto político.
Había sido seleccionado, tras una ardua labor de investigación, para recibir una invitación a un mitin político emocionantísimo y todo eso... vamos, el rollo de siempre... Pero una cosa me sorprendió gratamente: Me encanta que me den algo y sepa en seguida, sin ningún resquicio de duda, que no me interesa en absoluto, porque saber qué me interesa es más complicado. Y todo por poner bien claro, desde el principio, con mayúsculas y como título en qué demonios consiste el programa.
El grupo en cuestión se llama, sin más ni más, Unión Progreso y Democracia (UPyD). ¡Qué alegría! Veamos: La unión (desde el punto de vista político) no me importa y me parece falsa. Primer punto que me aburre. No me creo el progreso y no creo que ni siquiera sea útil lo que nos pretenden vender con ese nombre; además los "progres" son unos moñas. Segundo punto. Y por último, democracia... en fin, sin comentarios... Ya sabéis qué opino de esta democracia nuestra y de por qué narices no cerrarán la boca de una vez a los políticos que no dicen más que chorradas... si al menos conocieran a Bakunin... Pues eso, pleno.
Mira qué fácil es hacer feliz a los ciudadanos honrados... o a nosotros incluso.

El loco.

Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900)

¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!? Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron risa. ¿Se te ha extraviado? -decía uno. ¿Se ha escondido?, ¿tiene miedo de nosotros?, ¿se ha embarcado?, ¿ha emigrado? Y a estas preguntas acompañaban risas en el coro. El loco se encaró con ellos, y clavándoles la mirada, exclamó: "¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la Tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿A dónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía una arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? ¿Necesitamos encender las linternas antes del mediodía? ¿No oís el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina?... Los dioses también se descomponen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros le dimos muerte! ¡Cómo consolarnos, nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? La grandeza de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en dioses o al menos parecer dignos de los dioses? Jamás hubo acción más grandiosa, y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia alguna." Al llegar a éste punto, calló el loco y volvió a mirar a sus oyentes; también ellos callaron, mirándole con asombro. Luego tiró al suelo la linterna, de modo que se apagó y se hizo pedazos. "Vine demasiado pronto -dijo él entonces-; mi tiempo no es aún llegado. Ese acontecimiento inmenso está todavía en camino, viene andando; mas aún no ha llegado a los oídos de los hombres. Han menester tiempo; lo han menester los actos, hasta después de realizados, para ser vistos y entendidos. Ese acto está todavía más lejos de los hombres que la estrella más lejana. ¡Y sin embargo, ellos lo han ejecutado!" Se añade que el loco penetró el mismo día en muchas iglesias y entonó su Requiem aeternam Deo. Expulsado y preguntado por qué lo hacía, contestaba siempre lo mismo: "¿De qué sirven estas iglesias, si son los sepulcros y los monumentos de Dios?"
Aforismo 125 de La Gaya Ciencia (1882)

martes, 4 de diciembre de 2007

lunes, 3 de diciembre de 2007

La Casa

Tras horas de entumecimiento de piernas y vistas de cómo la Tierra giraba llevándose mar, días de playa, de sol, fiesta y diversión, con las copas de la última madrugada todavía bailándole en el en el estómago, entró a media mañana en La Casa. Se encontró en una estancia en la que todo tenía un olor rancio y anticuado, donde, a pesar del tremendo tumulto de todos los clientes que habían entrado en aquel bar de carretera, se intuía cierto silencio, silencio de años, lustros y décadas. Su mirada recorrió cada rincón del variopinto museo de monstruosidades que se desplegaba ante su presencia y no salía de su asombro. Tal era éste que apenas si encontraba un ligero sentimiento de desprecio, asco y repugnancia que hubieran seguido a las visiones que entonces presenciaba en cualquier otra circunstancia. Recorrió con los ojos estanterías donde alternaban alegremente conservas, botes de menestra, aceite de oliva y hasta jamón ibérico con innumerables insignias. Esta alternancia no solo era libre, es decir sin separación entre unos y otras, sino que estos límites estaban hasta tal punto difuminados que le extrañaba que esos símbolos [aquellos que en cualquier circunstancia, excepto aquella, repudiaba] no estuvieran impresos en cada judía, verdura, o gota de aceite en lugar de contentarse con adornar los continentes. Banderas eran convertidas en exclusivas de aquel ambiente que le resultaba amargo y nauseabundo, el mismo en el que, sin embargo, consumía con enorme gusto un bocadillo del mejor jamón del país, aún sabiéndole igualmente, de alguna manera, a pasado, a haber vuelto verdaderamente a otra época muy distinta de la que en aquel momento acontecía; o acaso ya no existía esa “actualidad”; acaso el tiempo se hallaba capturado en alguna de esas botellas grasientas, las cuales no se atrevería a abrir si fuera necesario. Grandiosas aves coronadas de color oscuro gobernaban una ingente cantidad de souvenires, que apenas se encontraban separados de cualquier otro recuerdo que se hubiera podido encontrar en cualquier otra estantería, de cualquier otro antro de camino pero sin el dichoso bicharraco alado.
Daba la sensación de haberse vuelto dicromático todo el universo. Solo dos colores se distinguían en insignias, pines llaveros, polos e incluso servilletas; y la infancia era allí jovialmente dogmatizada por unos parientes que, más que educarles, venían a domesticarles convirtiendo sus inocentes muñecas en pancartas, banderas o estandartes de una cultura (contracultura quizá) ya muerta años ha.
El único lugar en todo el edificio donde podía escapar de aquel vomitivo olor y ambiente en particular eran curiosamente los servicios, donde se encontraba con otro hedor igual de repugnante pero, quizá por su familiaridad, más soportable. Observó con igual atención la estancia en la que se encontraba que la que había dedicado al resto del local, asombrándose del peculiar contraste que suponía: los azulejos eran igual de mugrientos y cutres que los de cualquier otro restaurante para viajeros, tanto los de paredes como los del suelo, y la madera que componía las puertas de los cubículos se pudría de la misma manera que las puertas de todos los lavabos de todas las gasolineras de mejor o peor muerte desperdigadas por aquella carretera. Ni siquiera se libraban de la erosión provocada por bolígrafos y rotuladores clandestinos en sus caras interiores. La única diferencia era lo que estas inscripciones suponían: declaraciones paupérrimas en valentía, valor, estética y utilidad; voces acalladas por el miedo al regreso de un terrible pasado. Criticaban con timidez lo que ocurría una puerta más allá. Puerta que tarde o temprano deberían cruzar, y en cuyo umbral (puede que pendiese sobre éste la espada damoclesiana) apenas se detendrían a pesar de abandonar el único bastión posible en el lugar para sus ideales. Llegado este punto no pudo reprimir una última náusea y se abalanzó sobre el retrete.

Loeches

Después de tanto tiempo tu sonrisa sigue siendo lo mismo. Ha cambiado, es cierto, pero sigue siendo tu sonrisa, sigue siendo bonita y divertida y sigue significando algo para mí. ¡Curioso!
La última vez que estuvimos juntos como el otro día, probablemente, acabáramos embriagados de Nenuco, tapando caras o bebiendo zumo en esos vasos parisinos. Y aunque conseguí dejar la colonia, perdí el juego de mesa y acabé rompiendo mi vaso, siempre encontraba algo que me recordaba a ti.
Nos aferramos ahora al hilo de la infancia. Hemos cambiado pero, después de tanto tiempo, no dejamos de reconocernos cada gesto, excepto aquella noche...
Dices que sigo igual y tú estás preciosa.
Ahora quiero ponerme al día, poco a poco o mucho a mucho, y no quiero volver a perder una de las cosas más hermosas que me quedan de mi niñez, no quiero volver a olvidarme de ti. En el reencuentro me pareció que jamás hubiéramos dejado de estar en contacto, como si, ya de adultos habláramos como niños. Y aun así me cuesta expresarme de esta manera, ¡qué fácil era antes!
Anoche soñé contigo. Volvíamos a estar en tu patio, pero no teniamos cinco y siete años (¡Qué graciosa estabas con ese peto!), sino dieciocho y veinte, como ahora. No recuerdo qué hacíamos pero, sencillamente, disfrutábamos de nuestra pasada y semiolvidada infancia.
¡Cuánto me alegro de seguir pareciendo un niño para que tú sí me reconocieras aquella noche!
¡Después de tanto tiempo!

domingo, 2 de diciembre de 2007

Tripod - Ghost Ship

Y mi vida siguió remando. Sin tus velas.

Tempestad de nieve en el mar. Óleo sobre lienzo, por Joseph Mallord William Turner

jueves, 29 de noviembre de 2007

La Época de la Comedia.



El ser humano es una criatura verdaderamente despreciable, como atestiguan los medios informativos a diario y como el tiempo va demostrando, eliminando, a su vez, cada pobre duda que pueda quedar en el más remoto rincón de nuestro escaso seso. Eppur si muove. Galileo expresó así su firme convicción en el sistema copernicano, por el cual la Tierra giraba alrededor del Sol, inmediatamente después de haberlo negado ante un tribunal inquisicional. De igual manera, aunque jamás lo reconoceré con un jurado presente, afirmo rotundo que el ser humano, sin embargo, se mueve, cambia.

Tiempo hace ya que Nietzsche escribió: "Estamos todavía en la época de la tragedia, en la época de las morales y religiones. ¿Qué significa la aparición constante de fundadores de religiones y morales [···]? ¿Qué significan tales héroes en semejante escena?" Pues bien, me siento ahora capaz de decir, queridos hermanos, que nos encontramos ya, aunque no de pleno, inmersos en la Época de la Comedia. Bien cierto es que continúa la "aparición constante de fundadores de religiones y morales", pero, ¿alguien escucha ahora a esos iluminados castradores de la vida?¿Acaso vosotros, compañeros míos, no habéis apartado la vista a semejantes esperpentos?

Yo, desde luego, tengo mis oídos demasiado ocupados con felices y bellas músicas e imagenes del presente, así como tristes e igualmente bellas y algunas cosas más pertenecientes al pasado, para preocuparme por escuchar esas lastimosas falacias reconocidas, teorías desoídas y decadentes declaraciones. De lo mismo hablamos, aunque ahora las religiones y morales se hayan disfrazado de política y economía, por ser atuendos más mundanos y menos amenazantes a la "inteligencia" occidental.

Como los judíos que silografiaron la cruz de Cristo, ridiculizamos a los que se erigieran como héroes, como reyes, siendo en realidad absurdos falsarios, máximos exponentes de la décadence y supresores magníficos de las nuances. Son ahora, en su mayoría, los protagonistas clásicos de la Comedia: los "bobos".

Hubo un tiempo en que los Bobos fueron reyes, caudillos, emperadores y generales, pero su obtusidad, estupidez y escasez de miras les ha llevado a donde les correspondía: al centro de nuestros desprecios y burlas. La Ira Divina (exclusiva del dios Bacchus, el dionisiaco) les ha impuesto el más merecido de los castigos, solo siendo nutridas sus filas y huestes con obcecados obtusos como ellos, que se apartan del camino por los Bobos señalado en cuanto alcanzan la "mayoría de edad", como decía el Cabeza Cuadrada de Königsberg, y se atreven a saber, convirtiéndose en perfectos comediantes y rientes vividores.

lunes, 26 de noviembre de 2007

domingo, 25 de noviembre de 2007

Desde Rusia con horror.


Mi infancia, aún cercana, transcurrió en un barrio moscovita. Era un barrio pequeño y familiar, entre la zona industrial y la burguesa. Quizá por eso una piedra rompió mi ventana.

Mi padre, un ex-dirigente de una breve facción del PCUS (el Partido Comunista de la Unión Soviética) que se codeó alguna vez con altísimos mandatarios como Brezniev o Gorbachov, entró en una terrible depresión con la caída del Muro. Si habéis visto Goodbye Lenin, esa peli alemana con aquella banda sonora tan buena del compositor Yann Tiersen, quizá podáis comprender la situación. Es cierto que nos pillaba un poco lejos, pero mi padre lo vio como un terrible y macabro augurio. A pesar de ésto, como buen padre que era, no dejó de llevarme al estadio del Spartak, mi equipo, ningún partido que jugara allí en el Olímpico. Tampoco me perdí una fiesta siquiera por la depresión de mi padre, de hecho, no supe de su afección hasta que dejó de asediarle: cuando murió. Yo tenía trece años y supe, ya entonces, que no podría seguir allí mucho tiempo. Y no lo digo por la horrible situación económica y política. Ni por los asquerosos inviernos rusos que odio con toda mi alma. No, por nada de eso, sino porque esa tierra que hizo enloquecer a mi padre (¿Quién dijo que la culpa la tuviera el Muro?) parecía acecharme maliciosamente para hacerme caer también en la lona mojada de leteo y desquiciamiento. Así llegué aquí. Por eso le pido que me dé trabajo en su tienda.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Terreno vedado.

El otro día, amigos, quise ir a la Felicidad. Y, ¡no os lo vais a creer! Al llegar a las puertas de las almenadas y grandiosas murallas, me encontré un vetusto y rudo cartel. Podréis imaginar hasta donde llegó mi sorpresa al leer que el lugar estaba "vedado a artistas y soñadores". En realidad, el asombro apenas duró unos instantes, porque enseguida me di cuenta de lo divertido y absurdo de la situación. Era una prohibición completamente inútil, ya que si nos cerraban la puerta delantera, sin duda entraríamos por la trasera. ¿No somos nosotros acaso capaces de regocijarnos en la tristeza? No, por supuesto, de cualquier tristeza, tan solo de aquella tristeza que nosotros conocemos como si hubiera salido de nuestras entrañas. Es más, muchas veces así ocurrió. Es ésta una tristeza pura, de lágrimas limpias, casi sin sal, algo verdaderamente hermoso. ¿No somos eternamente felices nosotros con la belleza, aún cuando ésta venga de la tristeza?

martes, 20 de noviembre de 2007

No sé qué ha podido fallar. En qué he podido equivocarme. Era tan hermosa que no pensé que pudiera sangrar. No pensé que pudiera... supiera sufrir, desvanecerse. No creí que pudiera, en fin, morir.

Pasan las horas.



De madrugada.
La luz de la luna truena
y martillea mis tímpanos.
El silbido del viento me
deja ciego con un destello
y la tierra mojada golpea
mi cabeza con su aroma.
Tu recuerdo me mece
en suaves ondas.
En lo más profundo de la noche
mi alma lucha por correr contigo,
desesperada.
El tenue resplandor de tu espíritu
me ensordece.
El dulce de tus labios me aturde,
nubla mis sentidos,
me entorpece.
En la oscuridad más absoluta.


De mañana.
La luz del Sol aumenta
y con ella mis ganas de ti.
Pero esa misma luz me muestra la realidad:
tú no estás aquí,
y yo estoy solo.
En la plenitud del alba
deseo que la noche vuelva
y que el sueño me envuelva
y así poder verte y abrazarte
y al oído susurrarte
que no te vayas nunca más.
En el sombrío amanecer.


De tarde.
Tu recuerdo resplandece,
mi amor por ti prevalece.
En los preámbulos de la noche.
Mi deseo es puro y limpio
y solo quiero verte y besarte
y contra mi pecho apretarte
y no dejarte escapar.
En el luminoso ocaso.

viernes, 16 de noviembre de 2007

De qué sirven

De qué sirve mi pelo si no puede enredarse con tu sedoso cabello.
De qué sirven mis oídos si no pueden captar tu voz, melódica y dulce o tu risa, fina y transparente o tu respiración, profunda y cálida.
De qué sirven mis ojos si no puedo observarte cada mañana y mirarte embobado como un simple estúpido, que es lo que soy sin ti.
De qué sirve mi boca si no puede alcanzar tus labios y absorber tu fresco susurro.
De qué sirve si no puede recitarle cantos a tu belleza.
De qué sirven mis piernas si no pueden caminar hasta los pies de tu cama y que mis manos [de qué sirven mis manos] te rocen con una leve caricia y aparten de tu rostro el velo dorado.
De qué sirve mi cuerpo si no puede estrecharse con el tuyo en un abrazo eterno.
De qué sirven mis brazos si no pueden abarcar tu infinito resplandor en tal abrazo.

De qué sirvo yo, amor mío, si no te tengo.

martes, 13 de noviembre de 2007

Oscuridad

En una noche vacía
salgo y respiró el aire húmedo
mi alma se alegra de la soledad
y se regocija por mi suerte.
Soy una mota de luz
en la dulce oscuridad
rompiendo la armonía de las tinieblas.
Tinieblas que impiden a la luz
que cubra con su falso velo
la realidad, y la modifique.
La misma luz que hace diferenciar
entre blanco y negro, bello o feo;
pero que enturbia la diferencia entre
lo bueno y lo malo.
¡Quien dice que la luz es buena se engaña!
¡Quien dice que la luz es bella miente!
Yo amo la noche porque solo
en la más profunda oscuridad somos
quien de verdad somos, solo en
la más profunda oscuridad vemos
con el alma y dejamos a un lado
las inútiles apariencias
que entorpecen nuestro espíritu.
Por eso contradigo a Dios:
¡Que se haga la oscuridad!

Leopoldo María Panero (1948)



A las acusaciones de plagio por parte de mi amigo Lorenzo, respondo plagiándolo a él, o al menos al formato de su Cuaderno (para ver más, pinchar en el margen izquierdo "El Cuaderno de Lorenzo").


ARS MAGNA.

Qué es la magia, preguntas
en una habitación a oscuras.
Qué es la nada, preguntas
saliendo de la habitación.
Y qué es un hombre saliendo de la nada
y volviendo solo a la habitación.

UN LOCO TOCADO DE LA MALDICIÓN DEL CIELO.

Un loco tocado de la maldición del cielo
canta humillado en una esquina.
Sus canciones hablan de ángeles y cosas
que cuestan la vida al ojo humano.
La vida se pudre a sus pies como una rosa
y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
una princesa.

LA POESÍA DESTRUYE AL HOMBRE.

La poesía destruye al hombre
mientras los monos saltan de rama en rama
buscándose en vano a sí mismos
en el sacrílego bosque de la vida.
Las palabras destruyen al hombre
¡y las mujeres devoran cráneos con tanta hambre
de vida!
Sólo es hermoso el pájaro cuando muere
destruído por la poesía.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Subió al autobús una vieja que olía tremendamente a hospital. Es un olor muy desagradable; creo que por eso me llamó la atención aquella mujer.
Es un aroma verdaderamente curioso, porque no es que algo huela mal, como los vertederos, por ejemplo. Es más como si algo hubiera perdido su olor, o mejor, como si se lo hubieran arrebatado. Puede que sea eso lo que nos repugna tanto: que algo haya dejado de oler de una forma descriptible, o al menos definida, como si hubiera dejado de pertenecer al mundo que conocemos y, por tanto, podemos soportar.
Muchas veces me pregunto cómo aguantarán las médicos y los enfermeros; si se acostumbrarán paulatinamente al no-hedor o simplemente lo soportan estoicamente al estar su espíritu iluminado por Asclepio, la divinidad griega también presente en las vidas de Hipócrates o Galeno.
Me parece curioso por todo esto que para publicitar algunos productos femeninos afirmen que “no-huelen”, cuando eso es algo que ya todos conocemos y evitamos.
Bueno, quiero decir que esa mujer casi carecía de olor.
El olor a hospital es muy inhumano, porque todo lo que tiene que ver con los humanos desprende un olor, casi siempre apestoso además.
Por eso, por extraño y despreciable que pueda parecer, me alegré de una manera indecible por lo que ocurrió después: Cuando la vieja bajó del autobús, olía increíble e indudablemente a muerte.

Ha llegado el momento.

Siete de la mañana. Suena el despertador. No puede creer que haya llegado el momento. Se levanta sin prisa, pero ya espabilado: apenas ha dormido por la angustia. Con cuidado, sin hacer ruido, tratando de no despertarla, se acerca a la cómoda antigua que domina el cuarto a recoger su ropa amontonada y se la va poniendo lentamente.

No puede creer que haya llegado el momento.

Siente como una nube plomiza lo envuelve, produciéndole la misma sensación que un escalofrío o acostarse en una cama vacía. La mira. Un mechón dorado le cubre parcialmente la cara, como una nube entorpeciendo la cálida luz del Sol. Está tan hermosa dormida; casi tanto como cuando está despierta. Desearía continuar escuchando su fresca risa y vislumbrando su sonrisa en el atardecer junto al mar, pero…

Apenas dos días antes habría dado lo que fuera, incluso su vida, por seguir a su lado eternamente; y ahora siente una imperiosa necesidad de apartarse de su camino y dejarla ser feliz sin él. Quizá ella lo comprenda algún día, y lo perdone. O quizá no. Seguramente no. Sin embargo, probablemente jamás vuelva a verla. Él lo sabe. Ambos lo saben. Ella debe saberlo.

Refunfuña algo entre sueños y él consigue reprimir una lágrima al verla, como un simple mortal contemplando un ángel benefactor que se va tras cumplir su tarea.

Eternamente le agradecerá haberle convertido, durante la fracción de segundo que ha transcurrido desde que la conoció aquella noche, en el hombre más ilusamente feliz de cuantos ilusamente felices hombres pueblan la tierra.

Se hace tarde y el tren no tardará en salir, pero los últimos minutos resultan ser, como ya esperaba, los más difíciles. Y él desea saborear hasta el último instante el mismo dulce aire que ella respira. La mira por lo que él cree que será el último momento. Podría quedarse horas mirando su rostro bronceado con esa cara de completo imbécil. Y aunque no hay nada que desee más en el mundo, en su interior sabe que debe marcharse, y, aunque no haya nada que desee menos en el mundo, tiene que dejar de verla.

No puede creer que haya llegado el momento.

Un claxon le saca de su ensimismamiento y lo devuelve a la casa en cuya puerta espera el taxi que contrató anoche y que le llevará a la estación. Echa un vistazo a las maletas que dejó ayer en la puerta y se acerca a la cama suspirando, se inclina y la besa suavemente en la frente, saliendo por la puerta justo antes de que una flecha dorada con restos de plomo en las plumas atraviese volando la ventana y se clave violentamente al fondo de la habitación, astillando con fuerza el robusto pino que cubre la pared sobre la que unos instantes antes descansaba el derrotado corazón de Pablo.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Despedida

Cuando desperté
vi tus ojos
y creí estar soñando.
Me miraste nostálgica
y aparté la vista
y creí estar soñando.
Me besaste suavemente
y te miré fijamente
y creí estar soñando.
Me abrazaste cariñosa
y respiré tu dulce aroma
y creí estar soñando.
Me dijiste que te ibas
y me quedé callado
y deseé estar soñando.

Tus ojos.

Tus ojos. Tus ojos. Tus ojos son... emocionantes. Creo que esa es la mejor palabra para definirlos. Son de un color indescriptible. No sería capaz de explicarlo. Bueno. A lo mejor sí. Son del color de mis sueños. Un color tan maravilloso que ni el mejor pintor quien quiera que fuera (acaso Monet, Manet, o algún otro inspirado francés; acaso el loco desorejado o algún español maño, sevillano o malagueño) llegó a fantasear con pintarlo. Seguramente Dios, si existe, compartirá tu color de ojos. Sólo así entendería cómo ha llegado a despertar tanta fe en el mundo, tanta devoción. La misma que me infundes tú cuando me miran apasionados. Tus ojos.

Tus ojos me hacen soñar. Y pensar. Son como un libro hermoso, muy hermoso, pero escrito en otro idioma. Uno exótico y vivo. De manera que solo aquellos que hayan aprendido a leer en ellos serán capaces de apreciar su verdadera belleza. Menos mal que me apresuré a entender tu lengua.

Tus ojos. Tus ojos. Tus ojos son…

¡Ay! ¡Lo siento! Quedé embobado.

Son como los amuletos. Déjame explicarme. Los amuletos no tendrían el mismo valor si los poseyera una persona distinta a la que, de hecho, los posee. Así son tus ojos. Te pertenecen a ti y, de ese modo, también a mí. Y nada, a mi parecer, les da tanto valor; ya que no sería capaz de escribir más de dos líneas sobre unos ojos que no me pertenecieran, al menos, en potencia. De hecho, cómo sufriría si alguien escribiera sobre estos mis ojos y los tuyos (no te ofendas con esto) más allá de explicar su más llana apariencia. Podrían tratar su color, su forma, su tamaño. Pero ¡ay si intentaran mentir sobre quién es su dueño! Su dueño no puede ser otro que el que más mira por ellos: Yo.

¿A quién le importa?

Nace un niño, muere un viejo, alguien escribe algo y lo plasma en un blog, sin mérito ni significancia aparente. Ninguna de las tres cosas tiene porqué ser relevante en estos tiempos que esprintan. Aunque para alguien pueda suponer algo cada uno de estos hechos, son verdaderamente vacuos.

Respecto a los dos primeros sucesos, unas frases del incombustible Nacho Vegas: "Gente nace y gente muere cada día. Los demás nos limitamos a estorbar."

En cuanto a lo del iluso que revuelve su pluma sobre el pergamino virtual, curiosamente, también se pueden aplicar unas palabras del asturiano, las cuales, de manera igualmente curiosa, son la continuación de la cita antes expresada: "Y jugamos a secretos y mentiras."

A algunos les podrá parecer poco ético, inmoral o simplemente absurdo que declare abiertamente en la primera entrada de mi recién desvirgado blog que a ésto es a lo que me voy a dedicar en este mi libre espacio. Sintiéndolo profundamente (en realidad no lo lamento en absoluto), así es.

No creo que haya nada mejor que jugar a mentir y a decir la verdad. No creo que haya nada mejor que jugar. Y si para eso es necesario obviar y fingir, ¡bienvenidos sean secretos y falsedad!


Estad atentos, si deseáis descubrirme y/o conocerme, a las próximas falacias.


Calurosos/refrescantes saludos.