miércoles, 24 de junio de 2009

De cómo G conoció a M

Gritos, sangre y ruido. Mucho ruido. Gritos ajenos, resonando en las paredes blancas llenas de dedos negros, en las esquinas sobre todo.
Sangre ajena, roja y abundante, y en las manos de G. Y una gota de sudor baja en tobogán por un escaso mechón de pelo rubio, choca contra un cristal para miopía y se hace mil pedazos. Y plas plas plas, las zapatillas de G esta vez, no son ajenas, corriendo de clase en clase. Y pum pum pum. Y el gatillo clic. Y las bofetadas plaf. Y G sigue: correr, abofetear, gatillear.
Y más gritos, más sangre, más ruido. Mucha sangre. Incluso sus propios gritos, su sangre, sus plas plas, le son ahora ajenos. Y plas, pum, clic.

Chic chic chic, M golpea el teclado buscando esa infame nota que se escurre entre sus dedos y piticlín una ventana se abre, G dice quiero verte, M dice que sea pronto y un avión trae a G al día siguiente y G y M son felices, sobre todo M, y H crece y crece.

M quizá nunca sepa lo que hizo G antes de venir y tener a H, aunque lloró mucho boquiabierta viendo ese reportaje sobre un instituto americano. Y gritó. Y sangre y ruido. Pero aún sabiéndolo seguramente no hará nada y seguirá feliz. Y siempre tendrá una niñera a la que llamar.

viernes, 19 de junio de 2009

No del todo

Hermosa la peste que tu cuerpo devora.
Hermosos los gansos, y las ocas vacían tu cráneo.
Mañana degustaremos el paté de tus ideas,
pero al menos no morirás del todo.

Oí a un loco contando tu historia.
Muchos locos contaban tu historia;
y tú eras uno de ellos.
Y muchos fueron encerrados y locos murieron;
y tú eras uno de ellos,
Pero al menos no morirás del todo.

Muchos locos contaban tu historia.

(Poesía panerista)

domingo, 7 de junio de 2009

Amor impresionista

Nuestro amor comenzó en mi infancia.

Ella coronaba una carroza y yo la esperaba en un balcón. Era Día de Reyes (después rebautizado como Día del Maldito Cangrejo). Sin certeza alguna puedo asegurar que hacia mí dirigió sus ojos. En lo que duró esa mirada, de fugacidad eterna, juraría que me amaba.

En otra ocasión, incluso, ella estaba con cerveza y otro hombre, pero me buscó con la vista. Al fin, ella me miraba y yo la miraba. Entonces diría... no, juraría, que me amaba.

Enterrado junto a un vagón y otras cien personas solo vi a una. Lo demás, retragado por la tierra. Leía y tarareaba, pero la notaba en la piel y me puse rojo. Se fue sin dirigirme la palabra, pero juraría que me amaba.

Yo la amé cada vez. Balcón, bar, metro y playa y también aquella plaza. Y también otras setenta y siete veces. Y también anoche: abrió los ojos despacio, bajo el peso de mi cuerpo y juraría que me amaba. Luego me lo dijo.

Y yo la amé cada vez. Y también anoche. Luego se lo dije.