miércoles, 17 de diciembre de 2008

Quisiera decirte

Quisiera decirte,
mudo, que te quiero
y tú me escucharas.

Y fría, como el aire que nos separa,
mi mano te tocara
y aún así la sintieras.

Y con el rostro tapado,
que leyeras en mis labios
cuanto te amo,
y me leyeras un beso.

Y recuperar la voz
y no poder hablar
por tener tus labios cerca
de mis labios
y más aún de mi alma.

[Y ardiendo tocarte.]

[Y devolverte el beso.]

martes, 16 de diciembre de 2008

El final de la asombrosa historia del granjero Howard y sus amigos. 2º capítulo. 2ª parte.

Cuando llegó a la academia "Paratolis" algo le sorprendió. Él era un hombre muy astuto, observador y perspicaz, y a primera vista se dio cuenta de que tenía las gafas sucias y de que en la entrada de la academia había un letrero que no había visto jamás de los jamases en el que se encontraban escritas unas frases en un idioma híbrido del suahili, el arameo y el bretón, lo cual no importó, ya que no tenía ni puta idea de leer. Le habría dado igual que estuviese escrito en Esperanto.

Su entrada en clase fue estelar: hasta las arañas colgadas de la pared gritaban:
-¡Repámpanos! ¡Ha vuelto Howard, el pequeño granjero de la ciudad!

Howard no cabía en sí de gozo, tantos eran los recuerdos que pasaban por su milímetro cuadrado de masa cráneo-encefálica. Allí estaban todos sus colegas de tiempos inmemoriales. ¡Oh, sí! Estaba el Trucha, el Garri, el Demetrio, Eustaquio y Falopio, ampliamente conocido por sus juergas y su gusto exacerbado por el alcohol etílico. Fue campeón olímpico en levantamiento de botella en barra fija en Moscú. De ahí la célebre expresión "me he ligado las trompas de Falopio": todos recuerdan las moñas que se agarraba. Por último, por eso mucho más importante, se reencontró con su amor de la infancia, la Jessi, que volvía a la academia tras una fructífera carrera como aizkolari y harrijasotzaile, llamada por todos Manolo Sorpresas o Manolo el Meriendas.

lunes, 15 de diciembre de 2008

La ocurrrta vida de Howard, el pequeño pero matón campesino. 2º capítulo. Parte 1ª

Era una calurosa tarde de verano en la que el viento soplaba y movía esas maracas que Howard tenían en la mesa del porche. Aquellas que guardaba con tanto anhelo y cariño, como guarda un perro a su hijo perro; que tenían el sello de Antonio Machín Music (Máquina de hacer Antonios Musicales).

Howard, el pequeño campesino, comenzaba su dura jornada de recogida de cinrel en los campos de Cleveland Beach a las 4:00 PMI de la tarde.

Recuerdo aquella vez que se echó la siesta por haber comido la pesada fabada de su amada esposa Rigobert. Ese día Howard estuvo fustigándose con un látigo de cuarenta y cinco colas, cada una con cincuenta y una puntas, en cuyos extremos había adosados uno a uno por las dos caras de la fusta veinticinco pinchos. Desde entonces no volvió a dormir la siesta, ni la noche, ni nada durante 465 días. Tenía un fustigado insomnio. Cada noche intentaba planchar la oreja, pero no lo conseguía, dada la dificultad que entrañaba al estar colgado del techo del granero, a cinco metros del suelo. Tampoco pudo meterse en el sobre, ya que éste no soportaba ni siquiera el primer pie de Howard. Llegó a romper 378 sobres de correos con sellos de coleccionista y un pequeño sobrecillo de papel que su fiel Tobías le fabricó con el Libro de familia.

Un buen día, Howard, jarto de su laborioso trabajo y sus fustigues continuos, decidió dejar la cosecha del cinrel al pequeño Tobi y apuntarse a la vieja academia del pueblo, ya que a veces se sentía estúpido al no saber leer, escribir, pensar, oir... solo sabía fustigarse y recoger cinreles.
-¡Já! Sí, ese era Howard. ¡Siempre con sus cinreles!

Continuará...