lunes, 12 de noviembre de 2007

Ha llegado el momento.

Siete de la mañana. Suena el despertador. No puede creer que haya llegado el momento. Se levanta sin prisa, pero ya espabilado: apenas ha dormido por la angustia. Con cuidado, sin hacer ruido, tratando de no despertarla, se acerca a la cómoda antigua que domina el cuarto a recoger su ropa amontonada y se la va poniendo lentamente.

No puede creer que haya llegado el momento.

Siente como una nube plomiza lo envuelve, produciéndole la misma sensación que un escalofrío o acostarse en una cama vacía. La mira. Un mechón dorado le cubre parcialmente la cara, como una nube entorpeciendo la cálida luz del Sol. Está tan hermosa dormida; casi tanto como cuando está despierta. Desearía continuar escuchando su fresca risa y vislumbrando su sonrisa en el atardecer junto al mar, pero…

Apenas dos días antes habría dado lo que fuera, incluso su vida, por seguir a su lado eternamente; y ahora siente una imperiosa necesidad de apartarse de su camino y dejarla ser feliz sin él. Quizá ella lo comprenda algún día, y lo perdone. O quizá no. Seguramente no. Sin embargo, probablemente jamás vuelva a verla. Él lo sabe. Ambos lo saben. Ella debe saberlo.

Refunfuña algo entre sueños y él consigue reprimir una lágrima al verla, como un simple mortal contemplando un ángel benefactor que se va tras cumplir su tarea.

Eternamente le agradecerá haberle convertido, durante la fracción de segundo que ha transcurrido desde que la conoció aquella noche, en el hombre más ilusamente feliz de cuantos ilusamente felices hombres pueblan la tierra.

Se hace tarde y el tren no tardará en salir, pero los últimos minutos resultan ser, como ya esperaba, los más difíciles. Y él desea saborear hasta el último instante el mismo dulce aire que ella respira. La mira por lo que él cree que será el último momento. Podría quedarse horas mirando su rostro bronceado con esa cara de completo imbécil. Y aunque no hay nada que desee más en el mundo, en su interior sabe que debe marcharse, y, aunque no haya nada que desee menos en el mundo, tiene que dejar de verla.

No puede creer que haya llegado el momento.

Un claxon le saca de su ensimismamiento y lo devuelve a la casa en cuya puerta espera el taxi que contrató anoche y que le llevará a la estación. Echa un vistazo a las maletas que dejó ayer en la puerta y se acerca a la cama suspirando, se inclina y la besa suavemente en la frente, saliendo por la puerta justo antes de que una flecha dorada con restos de plomo en las plumas atraviese volando la ventana y se clave violentamente al fondo de la habitación, astillando con fuerza el robusto pino que cubre la pared sobre la que unos instantes antes descansaba el derrotado corazón de Pablo.

2 comentarios:

Anita dijo...

Sabes que este texto me hizo llorar...
Es muy triste...

Siempre seguirá habiendo ese extraño parecido entre tus textos y los míos...

Un beso

Anónimo dijo...

No dejas de sorprenderme, Nachito.
Me voy al 2007 y vaya textos me encuentro..¡Eras muy pequeño para esto!
Bueno bueno..ya se que es una historia, pero creo que igual que las bromas, las historias siempre tienen parte de verdad..
Espero que algún día me la cuentes entera.

Cuídese!
la pamplonica otra vez :S