jueves, 27 de octubre de 2011

El orgasmo de los franceses

Haciendo caso a alguna gente importante subo este texto aunque un folio de extensión me parezca mucho para el blog.


Cómo se puede uno levantar cada mañana sabiendo que le queda mucho menos tiempo del que ha vivido. Con una siseante y gran s mayúscula comienza ese “Sabiendo que el ecuador de la vida de uno ya ha quedado muy atrás”. El otro razonamiento es cómo acostarse cada noche Sabiendo que te queda mucho menos tiempo del que has vivido. Pero esa euforia malsana, ese furor de actividad que te incita a mantenerte constantemente ocupado incluso en cosas que nunca te han importado ni quisiste que te importaran, como mantener bien barnizadas las butacas del porche, ese ansia de movimiento acaba pasando y cae por su propio peso, cuando queda claro que es absolutamente inútil intentar frenar el tiempo a base de acumular obstáculos entre los relojes y tú. No funciona así. Es cierto que un joven de, qué se yo, veintinueve o treinta años, puede cruzar un día con prisa la calle y quedar con sus sesos repartidos entre el suelo y el parachoques de un BMW sedán, con un niñato de piloto y una rubia de portentosos parachoques a su lado, que se pasa el dorso de la mano por la comisura derecha de los carnosos labios carmesí, y los abre mientras su atrofiado cerebro busca las sonidos que articulan un gritito histérico. Todo puede pasar. Pero una vez tienes la certeza de que la Señora Muerte avanza con paso firme hacia el cabecero de tu cama te suceden dos cosas: duermes con un ojo abierto y envidias esas muertes inconscientes, mucho más rápidas que el ojo humano y mucho más de lo que una rubia tonta, por lo general no verdaderamente rubia pero sí condenadamente tonta, tardaría en protagonizar un hipotético episodio de crisis nerviosa.

No hay gran cosa. No hay gran cosa en mi bolsillo, ni en mi cuarto y, lo más triste, no hay gran cosa en mi diario. Por suerte no hay gran cosa en mi agenda telefónica que pueda lamentar eso, que no hay gran cosa. Huelga decir que todo ello es culpa mía. Bueno, quizá no huelga tanto cuando la gente se empeña en demostrar que sus desgracias son culpa de otros. Es cierto que no he tenido excesiva suerte, pero solo alguien que hubiera nacido con un puñetero boleto de lotería premiado bajo el brazo habría conseguido llevar una buena vida con la manera en la que me he tomado mi existencia. Y no me refiero al dinero. Me refiero a todo menos al dinero. Quiero decir que quizá haya algún gilipollas que actuando como yo le haya ido bien, pero por cada uno de ellos debe haber un millón que andan igual de podridos por dentro y por fuera que yo. Y sin embargo, aun sabiendo que nos hemos tratado tan fatal el uno al otro, me aferro a la vida, porque no queda otra, porque puede que llegue el día en que me canse definitivamente de luchar, pero no creo que adelante a la Señora Muerte ahora que ella está tan cerca, mucho tendría que correr.

Si alguien se pregunta por qué la llamo Señora Muerte le explicaré que somos viejos conocidos. Yo no soy tan viejo como ella pero me conservo peor, así que casi empatamos. De hecho hay momentos en los que hemos llegado a tener una estrecha relación y por ella acabé renunciando a alguna de esas cosas de las que no tengo gran cosa. En una ocasión, de joven, leí una novela. No fue la única, claro, pero la traigo aquí porque la acabo de recordar y porque viene a cuento. En ella el protagonista era un romántico vagabundo y vagaba por ahí enamorándose sin parar de mujeres, una tras otra. Unas le dejaban a él y otras le aburrían insoportablemente hasta que él se convencía de que no podía querer por caridad. Al final del libro pasaba algo, que no voy a contar por si alguien lo quisiera leer, que le hacía llegar a la terrible conclusión de que la Señora Muerte (aunque él no la llamaba así) es la amante definitiva. Decía que la Señora Muerte es la verdadera media naranja, a la que se puede tardar mucho tiempo en conocer pero siempre acaba por llegar y hace que lo dejes todo por ella. Y si lo piensas, aunque esto no es una reflexión mía puesto que ya lo decía el autor (o el protagonista o el narrador o lo que fuera), es una conclusión casi tan tranquilizadora como terrible, porque al fin y al cabo es algo muy parecido al amor puro y, ¿acaso los franceses no llaman petite mort al momento cumbre del amor? Así que al menos queda la certeza de que todo el mundo será correspondido en su momento, incluso así, y esto sí que es reflexión mía, cobra sentido por qué “siempre se van los mejores” antes de tiempo. Será que son más fáciles de amar. A mí, en cambio, me mata la espera, porque soy consciente de ella, y quizá, ahora que lo pienso, aquella novela me dejó marcado. Quizá por ese símil nunca me dejé amar. Igual es que me tomé demasiado en serio el orgasmo francés.

3 comentarios:

Jesús V. S. dijo...

Como ya te dije, es muy de tu estilo. Eso es bueno. Me gusta.

Abrazzo!

Una dijo...

Ohlalá la petite mort!

La muerte, la amiga más fiel. Un discurso genial. ¿De quién es?

Leteo dijo...

Muchas gracias. Lo de la Muerte en realidad es mío, de un proyecto de novela que no llegó a buen puerto (o no llegó aún).

Gracias por leerme.