lunes, 27 de abril de 2009

Hermandad Universal

Cuando mi primo me esconde las llaves del coche y la chaqueta verde, me desplazo en tren hasta Madrid para ir a clase. Afortunadamente no ocurre muy a menudo; solo cuando yo le escondo el mando del televisor y la barra de labios.

Desde debajo del jersey morado y apoyado en mis zapatillas favoritas, que pertenecieron a mi padre, sujetaba la barra que soporta el techo del vagón, aterrorizado ante la idea de que se desplomara sobre mi cabeza. Cuando subió una pareja en la estación de Torrejón y se ofreció el galán a cumplir el papel de pilar, pude al fin sentarme, no antes de darle las gracias, claro, ¡que una vez fui a un colegio de pago!

Agotado como estaba (solo fueron dos paradas pero, al estar lloviendo, el techo pesaba más de lo normal), me desplomé en el primer lugar libre, es decir, al lado de una chica a la que no podía dejar de observar. Y no es que me atrajera, lo cual no sería extraño teniendo en cuenta mis antecedentes hormonales, sino que, en cuanto desviaba la mirada, olvidaba su cara y eso me frustraba. El caso es que no era en absoluto fea, pero al parecer carecía de todo rasgo que invitara a mi lujuria o mi interés. Tampoco encontré en ella ningún detalle que me desagradase. No sería capaz de describir su rostro, como decía, pero creo recordar que no carecía de feminidad. No era ni alta ni baja, ni flaca ni gorda, ni nada de nada. Se diría que estaba bien proporcionada. O al menos eso pensé en aquel momento. Puede que fuera morena, pero a ratos me vienen a la memoria ciertos destellos rubios cuyo origen no puedo concretar.

Ante la imposibilidad de precisar nada más la catalogué, sencillamente, como la Hermana Universal. Tenía (tiene, en realidad, a no ser que se cayera al salir del tren y le encontraran un cáncer terminal o una enfermedad degenerativa en fase avanzada que, tristemente, haya acabado con su vida antes de escribir yo esto) aquello que las hermanas tienen para los hijos de sus padres que hace que ellos, excepto en particulares excepciones, se vuelvan inmunes a las trampas que ellas pudieran dejar caer. Quizá las trampas de la pobre difunta llevaran repelente en el cebo. O es posible que fuera mi hermana en otra hipotética vida pasada, porque en Asamblea de Madrid-Entrevías la vi, con la cara pegada al cristal grueso y, como me daría cuenta después, pegajoso, besándose apasionada con un chico joven al que, sin ningún atisbo de vergüenza, me declaro completamente incapaz de describir.

2 comentarios:

Jesús V.S. dijo...

Me ha gustado mucho la forma de enlazar los dos primeros párrafos con tu peripecia sujetando el techo del vagón y la descripción de la Hermana Universal. Muy buen texto.

Un abrazo. Ya veo que tus viajes en transporte público dan para mucho. ;)

Nos vemos luego.

Leteo dijo...

En realidad hace meses que no cojo el tren... jaja
Era, más que nada, para darle continuidad al asunto.