viernes, 28 de marzo de 2008

Las puertas del cielo [4º Fragmento]

En unos minutos nos volvimos a encontrar en la casa. Habló muy brevemente con uno de los primos lejanos de Clara con unas anchas gafas de pasta negra e impoluto traje oscuro y la multitud se fue diluyendo, marchándose con cuentagotas. ¡Qué alivio cuando se secó el vestíbulo!

Me hizo señas para que le siguiera. Al entrar al cuarto con el funesto mobiliario, cerró la puerta, aunque no quedara nadie en casa, ni en toda la ciudad. Se sentó al lado del cuerpo sin mirarlo y me hizo otra seña para que me sentara. Yo estaba bien de pie. No dejé de estudiar su expresión, pero no veía nada, una vez más.

Se movió un poco en la cama, acercándose a la mesilla de noche, abrió el primer cajón y allí estaba, la puerta del cielo (o las llaves de San Pedro, como queráis), la escalera para llegar allí, los polvos de hada necesarios para entrar. Agarró el pequeño revólver. ¿De dónde habría sacado el silenciador? Ya leía su rostro, ya sabía lo que pensaba, antes de que me mirara para disipar cada duda.

-No es una solución -estas palabras debieron salir de mi boca, pero creo que no fue así-, pero sí que es una salida.

Sin dejar de mirarle busqué el sillón a tientas. Ya no estaba tan a gusto levantado. Me quité la chaqueta, golpeando un jarrón a punto de caer con el libro que solía llevar en el bolsillo izquierdo.

-El triángulo se ha roto –dijo-. Mi vértice ha muerto. Ya no soy necesario. No soy útil. Sé que te parecerá absurdo, pero no entiendo mi vida sin ella.

No me pareció nada absurdo. Creí que tenía toda la razón del mundo, en ese momento. Ahora sí, había mirado fijamente a los ojos a mi incertidumbre y la había disparado entre cada uno de ellos con la breve pistola.

Continuará...

2 comentarios:

Anita dijo...

¿Qué querría Clara? [...]

Iñigo dijo...

Siempre hay una salida Nacho, pero que dificiles son esos momentos por favor no tardes en publicar el 5º.