domingo, 23 de marzo de 2008

Las puertas del cielo [2º Fragmento]

Subí al autobús de color rojo (el preferido de Clara) y piqué el billete como un autómata, por mera costumbre. Me puse al lado de la ventana pero no miré nada. Bueno, mirar sí miraba, pero no veía nada: mi campo visual no salía de mí mismo. Llegué rápido a la casa y entré sin llamar. En el recibidor charlaban con aire apesadumbrado algunas personas que supuse familiares lejanos. Tal vez vecinos. Noté que no estaban verdaderamente tristes, solo algo apagados. Saludé apenas y crucé el pasillo hacia el cuarto principal. El único cuarto en realidad. Me encontré con un objeto extraño encima de la cama. Parecía Clara, pero evidentemente no era ella. Ni siquiera se parecía, si lo pienso bien, le faltaba “Claridad”, quiero decir, aquello que hacía que Clara fuera Clara. Era un extraño muñeco de curvas femeninas y, aunque ausentes de vida, atractivas, como las de Clara. En la brillante y pálida porcelana se podía ver los rasgos faciales tan parecidos a los de Clara. Y a pesar de estas coincidencias, la imagen era mucho más delicada que Clara, mucho más voluble, efímera. El apéndice que simulaba el brazo izquierdo acababa en el enorme bulto lloroso en el que se había convertido Marcos. Levantó despacio éste la cabeza para mirarme desvalido. No intentó forzar una sonrisa. Sabía que yo no la necesitaba, además no la habría apreciado. Yo tampoco probé a infundirle tranquilidad, me limité a mirarle con gravedad y escasa seguridad. Le sugerí un café. No se trataba de evadirnos exactamente. Era más bien centrarnos en el tema dominante lejos de esa atmósfera sobrecargada de realidad, tanta realidad a veces resulta insoportablemente irreal.

Caminamos en silencio por la calle. No sabría decir si estaba abarrotada o desierta, porque nosotros no veíamos a nadie más, tan únicos en el mundo nos sentíamos. Solos en el universo. Como si Clara fuera la primera persona que muriera en siglos y la gente se encontrara de luto en sus casas.

El enorme cuerpo de Marcos se tambaleaba arrítmicamente, pero no creo que un desconocido se pudiera dar cuenta de su dolor. Tuve la sensación de que Marcos era un inexpugnable y majestuoso bastión, de donde ningún testigo podía salir a divulgar los secretos del barón, conde o Marqués. Sin embargo yo, su aliado, sí conocía su pesar y, de una manera sobrenatural, lo compartía.

Llegamos al pequeño y oscuro antro que frecuentábamos y nos sentamos en el más impenetrable rincón que pudimos encontrar. No estoy seguro de cómo nos las apañamos, pero no pareció haberse perturbado el sonoro silencio tras despachar al joven camarero mandándole a buscar whiskey. Quizá precisáramos litros del que había sido uno de nuestros más fieles acompañantes, el señor Jack Daniels (Tennessee Bourbon). No rehuíamos la mirada del otro pero tampoco la acabábamos de encontrar.


Continuará...

4 comentarios:

Elenthir dijo...

Me ha gustado, muy bonito y muy real.

"...la primera persona que muriera en siglos y la gente se encontrara de luto en sus casas."

Al menos la espera ha merecido la pena. A ver si vienes algún día por las afueras a saludar.

Cuidate literato!!

Anónimo dijo...

A pesar de estos maravillosos escritos, ¿para cuándo una entrada de (o sobre) nuestro querido Nietzsche?

Saludos paganos!

Anita dijo...

"No sabría decir si estaba abarrotada o desierta..." como no, una frase demasiado parecida en uno de mis textos...

Esto de los fascículos no me deja dormir...

Un beso, principito

Iñigo dijo...

Nacho tio¡¡

empiezo y no puedo dejar de leer, voy a por el siugiente fragmento cuando acabe te digo.

Por cierto, escribes de putisima madre chaval¡¡