sábado, 26 de enero de 2008

La vida de las moscas

Había aparecido una voluminosa y peluda barriga donde antes no existía nada, y podía sentir cómo se pudría su piel debajo de la raída y degradante camiseta interior, antaño blanca, y los sucios pantalones. Todo el pelo que le sobraba en el vientre, le faltaba sobre la frente. ¡Cuánto echaba de menos su flequillo de rebelde! Al menos le quedaban las patillas…

Tanto se le había desnudado el cráneo que abandonó la patética costumbre de tratar de cubrir las calvas con el cabello del resto de la cabeza. Aunque tampoco tenía ocasión de lucir su brillante testa, porque no salía de casa nunca, desde que nació. Eso le parecía. Definitivamente, hubo tiempos mejores, ¿no? ¡NO!

Fuera de estas paredes, su vida pasada se podía resumir, a modo de metáfora, con una descripción de la presente: no había hecho más que repantigarse en un apestoso sillón y ver cómo su equipo perdía una y otra vez. El resultado no importaba. Él siempre perdía. Perdió la oportunidad de vivir cuando la tuvo. No hizo nada. Jamás. Incluso cuando no paraba por casa y permanecía deambulando de sol a sol. Incluso entonces no había hecho otra cosa que perder el tiempo, nada más que esperar a que le marcaran gol de nuevo, mientras él, de portero, era un mero espectador.

Era un cobarde: nunca lloró. Le asustaba darse cuenta de sus propias desgracias, hasta cuando pasaban por las vidas de los seres que debieron ser queridos. Porque no fue capaz de querer. Ni a personas, ni a cosas, ni de perseguir objetivos. Ni tan siquiera buscó satisfacer su presente. Se dio cuenta tarde de su cobardía, y la lamentó enormemente, pero no lloró. No se atrevía.
Era débil también. Su debilidad era mucha mayor de la que, en su momento, acusó de tener a su hermano Pablo, el pequeño. Ése se cortó las venas.


Pablo amó la vida. La amó tanto que no soportó sentirse engañado por ella.

Pero él era tan cobarde que ni la vida fue nunca objeto de su amor. Por eso no vio sentido a su muerte: porque no se lo encontró jamás a la vida.

Hay una extraña creencia de que ese es el problema de los suicidas. No comparto esa idea. Igual que nadie podría sentir nada por un desconocido, uno del que no se tuviera noticia alguna, nadie que no hubiera VIVIDO con mayúsculas desearía que le llegara la muerte antes de tiempo. Si nada esperas, nada pierdes. Los amantes de la vida somos suicidas en potencia, más que los que la desprecian o ignoran, pero, por fortuna, muy pocos llegan a serlo en acto.

Las arrugas que surcaban su mente eran aún más profundas y sinuosas que las que rodeaban sus castaños ojos. Estaba verdaderamente muy desmejorado.

Encontró un coloso dentro de sí, hecho todo de vacío y hiel. No consiguió nada por lo que mereciera la pena recordarle. Aún más que eso, no existía nada en absoluto que fuera a dejar constancia de su paso por el universo, si acaso este cadáver ya putrefacto.

Atrapado por la chaise-longue tapizada de manchas, supo que Tánatos no tardaría en llegar y que él no se habría movido ni un milímetro. La duda era si el hermano de aquél llegaría antes.

Deseó con todas sus fuerzas cerrar los ojos para siempre abiertos.

2 comentarios:

Elenthir dijo...

Me gusta, si señor.
A cuidarse!¡¡Suerte en los exámenes!!

Loren dijo...

Me ha encantado el texto.

Un abrazo y cuidate!