sábado, 5 de enero de 2013

Tesoro en sus manos

Debería dejar de repensar nuestros encuentros. Por lo general después de verla dedico un par de años a recordar cada instante, cada palabra dicha y cada oportunidad perdida. Especialmente eso último. Imagino qué mejores frases podría haber pronunciado, cuándo podría haberme acercado o cuándo responder a una sentencia suya con un roce o una mirada en silencio. Y como un gran general, imagino diferentes alternativas para la siguiente batalla. Redacto y memorizo un protocolo de actuación para las posibles situaciones que se puedan dar. Pero debería dejar de hacerlo porque cuando estoy con ella ya no soy la misma persona, así que no recordaré nada de lo aprendido. 

Cuando estoy con ella soy como el niño con la flor en las manos. Sabe de la fragilidad y delicadeza de la flor y la ve tan preciosa. A veces se atreve a acercársela a la nariz y aspirar su aroma. La sostiene sobre ambas palmas abiertas y con la punta del dedo pulgar roza un pétalo con suavidad. Y la va enseñando con enorme emoción a todo aquel que encuentra si se le concede una mínima oportunidad de hacerlo. Pero siente sus manos sudar y temblar y le aterra que la flor se marchite y desmorone entre sus dedos. Quiere buscarle un lugar mejor pero no contempla la posibilidad de dejar de sostenerla con ambas manos; y camina despacio, con pasos cortos y los pies juntos, sin dejar de mirar su tesoro. Su tesoro en sus manos, que sudan y tiemblan de emoción y cuidado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo también soy general frustrado demasiadas veces.
Oportunidades perdidas, estaciones de autobús a las que nunca llego a tiempo...

http://www.youtube.com/watch?v=HtQno7GknFo