miércoles, 8 de septiembre de 2010

Sedan

Boca arriba y con la puerta abierta, las estrellas parecían acercarse para besarle. Y la que más, ella, la mayor y más bella del firmamento. Aun jadeando, los frutos de sus esfuerzos se fundían en un intenso néctar que había de alimentar a los faunos y las hadas. Y a las Musas, también. Las lenguas caminaban solas cogiéndose de la mano a cada instante, tropezando cuando creían necesario y parando si faltaba aliento. Para juntarse más tendrían que atravesarse (como ya habían hecho en otra ocasión). Entonces se olvidaron de las luces y de la Luna y sus mareas y empañaron espejos para mirarse frente a frente y dejarse de imágenes pálidas y sin brillo. Toda la sal y el azúcar se juntaba en sus valles formando enormes piedras. Por si no lo sabéis, los pingüinos las regalan a sus parejas, con las que compartirán el resto de su vida. Seguidamente empezaron a tallarlas con las más atrevidas formas y los más insólitos colores. Y él se las regaló todas.

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