sábado, 6 de febrero de 2010

Mueven blancas

Juego con negras, así que solo queda esperar. Nos encontramos sentados frente a frente, que ya es algo, pero la partida no comenzará hasta que quien tengo delante ejecute su primer movimiento. No considero que tardar tanto sea culpa suya, porque esta primera decisión condicionará todo lo que vaya a venir después, y lo sabe. Solo queda esperar. Soy consciente de que no tengo ninguna posibilidad de actuar mientras tanto, pero aun así mis músculos se mantienen en tensión y mis ojos clavados en la mesa. Su mirada, vaga, se posa en cada casilla del damero. En un momento determinado, su mano se mueve a la misma velocidad (o ausencia de velocidad, mejor dicho) que la de un camaleón o un perezoso en dirección a un peón o un caballo. Tan despacio que parece que pretende esquivar mi atención y que no va a llegar nunca. Y así es, porque justo antes de rozar la pieza, sus dedos toman el camino opuesto a la misma ausencia de velocidad, dejando atrás mi corazón palpitante que había acelerado bruscamente su actividad cuando la sombra de sus afilados dedos casi desprovistos de uñas se cernía sobra la figura de madera y esmalte. Las pupilas barren de punta a punta la superficie de marfil y ébano, sopesando todas las posibilidades. Yo puedo divagar cuanto quiera, pero de nada me servirá mientras el primer peón no avance o un caballo salte. Así que solo me queda esperar. Debería estar habituado, por las precedentes partidas, a jugar con negras, pero mis músculos no quieren ceder un ápice y mis nervios obligan a mis ojos a mantenerse abiertos y a reducir al mínimo los parpadeos, viajando rápido y despacio del tablero a mi oponente y de mi oponente de vuelta al mundo de Alicia a través del espejo. A mi modo estoy casi relajado, pensando más o menos "hasta que no llegue mi turno, no tengo de qué preocuparme". Sin embargo una buena parte de mi cerebro discrepa. Es la misma parte que ordena a mis extremidades que se mantengan a la expectativa, como las de un león acechando a su presa o como las fauces abiertas de un cocodrilo, preparadas para cerrarse violentamente en cuanto tengan ocasión. Por eso a ratos pienso que en cuanto me toque, mi acción sera inmediata y fulminante. Justo después creo que es probable que me demore tanto o más que quien reposa en esa silla igual que la mía (el mismo contrachapado, los mismos elementos metálicos, el mismo barniz barato), a apenas un metro de distancia, con aire despistado, que parece que se ha pinchado con una rueca o ha comido una manzana en mal estado. Solo me queda esperar a que muevan blancas.

7 comentarios:

Sturm dijo...

Joder, Nacho, el párrafo es tu amigo...xD

Loren dijo...

Me gustan mucho estos textos, como de una tontería, de una cosa tan fútil como el hecho de empezar una partida de ajedrez con fichas negras o blancas, se construye una narración, una reflexión acerca de qué mover cuándo el otro se decida a abrir la partida con una u otra jugada.

Un abrazo.

Elenthir dijo...

Bravo

Anita dijo...

Siempre juegas con negras?

Leteo dijo...

La mayoría de las veces...

Jesús V.S. dijo...

Muy bueno.

nana dijo...

Empieza la partida. Que sea eterna.