jueves, 7 de enero de 2010

A la atención de científicos y catedráticos

Me encanta escucharla al decir mi nombre. Es como un beso de puntillas detrás de mi oreja. Se convierte en la definición exacta del momento en el que sus dedos encontraron mi frente y retiraron un mechón de pelo ardiendo para tornarlo gélida plata. Por fin el primer llanto de un recién nacido y el último brillo del Sol antes de ponerse pueden ser invocados al mismo tiempo. Nunca mis padres soñaron que mi mero nombre fuera tan valioso, por un instante, como todos los segundos juntos que componen mi historia.

Con solo pronunciar sus labios un par de sílabas, las palabras más poderosas tiemblan, viendo ante sus ojos el final de su gobierno. Los de las grandes religiones tiemblan también, y de rabia, porque no han conseguido ni en cientos de años que un solo término describa tan bien el universo, o lo que de verdad importa de él. Y me han dicho que un puñado de científicos, junto a escasos catedráticos de la lengua, están estudiando la de ella para aprender cómo usarla.

No saben que si me preguntaran a mí, acertaría a darles más de una idea.

4 comentarios:

Jesús V.S. dijo...

Muy bueno hermano. Qué tendrá su voz cuando nos nombra...

Un abrazo enorme.

Anónimo dijo...

Y esq hay cosas que simplemente no tienen explicación para la razón.

Sayuri_Monou dijo...

Es como un beso de puntillas detras de mi oreja.

Muy agradableee!

anacabs dijo...

Esta es la prosa poética a la que me refiero, esa que te deja con la boca abierta. Esta.