domingo, 19 de octubre de 2008

Howard, el humilde campesino. 1er capítulo. Parte 2ª.

[Escrito por Sergio Galán, Jorge Bibián y el menda].

Lo más extraño de este apartado o relato es que el pequeño guardián, tras una larga convalecencia que duró tres meses, cinco días, ocho horas, dos minutos y veinte, veintiuno, veintidós segundos, sobrevivió, quedando ciego de los tres ojos, el culo taponado, sin dos de sus patas, una sola oreja y tres agujeros del tamaño de una hamburguesa con doble de queso y triple de gluten sin pepinillo ni agregado de cebolla alguno. Se podía ver a través de él, por lo que, desde entonces, en vez de Rufo, le pusieron el nombre de Traspa. Tobi nunca superó la tragedia del pequeño Rufo.
La triste historia del Traspa acaba cuando, un día jugando en el jardín, tras haber comido comida y haber jugado a sus juegos, y tras, tal vez, haber soñado con sus sueños, jugaba a morderse el rabo...
-¡Já! Sí, ése era Rufo. Siempre con sus juegos y comiendo rabo.
Como iba diciendo, jugaba a morderse el rabo como hacía habitualmente, solo que esta vez estaba a punto de conseguirlo.
Tras largas horas de persecución de nardo, Traspa se quedó en el sitio. Su cabeza sólo daba vueltas. Ésta había adquirido el tamaño de una maquina revelvelante de esas nuevas, con luces de colores. Recordó que aquel día había comido avutardas pardas con salsa de estolacas, que son pollas como estacas. Al perro pardo le empezaron a surgir unas convulsiones que desencadenaron en unos vómitos del tamaño del Océano Pacífico.
El pequeño Traspa murió ahogado con su propio océano vomitivo (aquí acaba la historia de Traspa- Zurraspa).

Continuará...

domingo, 5 de octubre de 2008

Howard, el humilde campesino. 1er capítulo. Parte 1ª.

[Escrito por Sergio Galán, Jorge Bibián y el menda].

Todo sucedió en un pequeño pueblo al sur de Oklahoma, donde los vientos corrían y los bisontes pastaban. Howard era un humilde campesino, vivía en una pequeña cabaña en medio del bosque de Yellowstone, hecha con cuatro palotes de madera del parque de Yellowstone y clavos de Wisconsin (California). Ahí vivía en compañía de su familia: su mujer Rigoberta (alias Rigo), el pequeño Tobías y su perro, llamado Rufo, por su parecido con el presidente. Entre Howard y su querida Rigober intentaban sacar adelante al pequeño Tobi, el cual nació con una malformación congénita por la cual en el brazo, en lugar de una mano, tenía un pie y en la pierna, en lugar de un pie, una mano. Todos sus amigos decían que era el rey del Twister. Por algún extraño motivo siempre ganaba. Lo peor de todo es que sus amigos eran unos monos amazónicos que habían ido a parar al parque de Yellostone tras estropearse su furgoneta por haber atropellado a Rufo.
El otro especimen de la casa era el guardián de la fortaleza. Su nombre era Rufo. Murió hace cosa de tres horas por un casual accidente: iba tan feliz por el suelo de la chabola cuando tropezó con el pie de Howard, el cual le confundió con otra cucaracha digievolucionada, en ese momento, por una casualidad desconocida, Howard empuñaba el mayor sable de todo Wisconsin (California). Aterrado por la presencia de la supuesta cucaracha de ocho metros de longitud, le atestó sesenta y nueve puñaladas y tres tiros de escopeta. Cuando el resto de la familia se enteró, el pequeño Tobías lloró desconsolado sin consolador alguno. No se explicaba cómo su padre había podido acribillar a su mejor amigo con ese machete tan enorme, que parecía el nardo de Rocco Sigfredi.


Continuará...

miércoles, 1 de octubre de 2008

1 de Octubre: Dos meses después...

Dejó que el bueno de Monk se desgañitara a todo volumen proclamando su Sueño por los altavoces y que el incienso se quemara dando vueltas y más vueltas hasta acariciar el techo blanco, que auguraba nieve o inocencia, luminosidad.

Lamió con los dedos el humo sabor canela, bailó con él al son del alegre jazz mientras pensaba en esto, aquello, ésta, aquélla y la de más allá.

Permitió que la nube se acomodara en la habitación, que se asentara, cambiara de canción y recorriera las paredes, así consiguió que sus pensamientos también danzaran con la trompeta y pisaran con zapatillas de bailarina el teclado mágico, se quedaran, le acompañaran.

Sintió como le abrazaban y balanceaban sus ideas, al tiempo que el corazón se le aceleraba dejando que sus sentidos fueran más y más receptivos y que, sin embargo, no llegaran a divagar hacia temas trascendentales, porque la alegría del melancólico bajo era suficiente materia en la que concentrarse.

Admiró las fabulosas imágenes que se dibujaron camino del cielo, enormes torres que, pese a ser efímeras, resultarían eternas, y cada mota era levantada por otra más fuerte y con mayor espíritu.

Así acababa otra canción, pero no variaba la música, la que respiraba y palpaba, dulce, escuchando su matiz canela, en el cual se reflejaba el metálico y vital timbre de la luz por la ventana, marcando el ritmo.

Notó como el pecho se le llenaba, no de oxígeno, sino de jazz, luz, canela, música, dulces aromas, colores, humo, notas, y volvió a escribir.