lunes, 30 de septiembre de 2013

Ya no me caigo de la cama


Se me ocurrió una interesante metáfora para el paso a la edad adulta y la emancipación. Se me ocurrió narrar que al cambiar la posición de la cama en una habitación la dependencia se disolvía, desaparecía, se esfumaba. Que en casa de los padres uno de los lados de la cama está pegado a una pared. Y te independizas y de repente tienes una gran cama que se junta con la pared por el cabecero. La pérdida del sustento paterno simbolizada en la ausente pared; algo así como un paso más allá de quitarle el último ruedín a la bicicleta, pero quitándole la última pared a la cama. Y así reafirmas tu posición de independencia y te aseguras la posibilidad de elegir cada mañana por qué lado de la cama vas a salir (aunque siempre usarás el mismo). Pero la cuestión es que puedes vivir como te dé la gana y eso hay que celebrarlo.

Entonces charlé con un amigo sobre el libre albedrío y la ilusión de elección, entre otras cosas. Mi amigo no me necesita, ni yo a él. Y sin embargo siempre estamos ahí el uno para el otro. Mi amigo sería un poco como los pies de la cama. No lo usas para dormir y a priori no parece imprescindible, pero se te ofrece constantemente cuando necesitas un lugar donde apoyarte, como cuando te atas los zapatos, recalculas tus últimos movimientos del día recién acabado o ensayas mentalmente por la mañana todos los discursos que deberías declamar en las horas siguientes.

Así que aquí andan las piezas: primero, nuestros padres nos dan dos (ruedas y paredes, en la cuna), dirigen del todo nuestra vida, no tenemos la opción de caer a un lado u otro. Después nos quitan una, pero eso no es una invitación a elegir aún, sino más bien a equivocarnos, y nos caemos unas cuantas veces mientras practicamos para seguir rectos, pero todavía tenemos una red de seguridad. Y cuando más tarde ellos se van y nos dejan dejarles, ahí sí, llega el momento de elegir, que es la forma más cruda y complicada de equivocarse, porque da lo mismo por qué lado caigamos o salgamos de la cama, que nunca habremos acertado.

Se me ocurrió que quizá la metáfora podía ser aprovechada y utilizada a nuestro favor, que igual sería posible alargar la niñez simplemente manteniendo la misma cama. O incluso recuperarla solo con arrimar la cama a la pared. Pero no estoy seguro de saber qué quiere decir la niñez. ¿Inocencia, irresponsabilidad? ¿Novedad, pasión? Bueno, las cuatro cosas se pueden obtener de una buena amante. Hay una quinta cosa algo más difícil de obtener, incluso cuando aún se es niño, y es estar libre de ansia. Y esta es particularmente difícil de obtener de una buena amante.

Da igual cuánto tarde, porque el momento acabará llegando. Pero dormir en una cama con dos lados no es tan fácil como parece. Elegir no es nada sencillo. Más de uno se caerá si no está pegado a la pared. Y los hay que sencillamente ignoran uno de los lados, construyendo un muro imaginario en medio, usando solo una mitad, o no se mueven de su esquina, temiendo que la escasez de puntos de apoyo lleve a la cama a desmoronarse.

Veo que no avanzo, que no sé elegir por qué lado dirigir la escritura. Maldita la interesante metáfora que me ha traído hasta aquí. Escribió Kundera en La Insoportable Levedad del Ser: "Tomás no se daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas. Con las metáforas no se juega. El amor puede surgir de una sola metáfora". Metáfora infame.Yo ya no me caigo de la cama, porque duermo pegado a ti.