lunes, 14 de noviembre de 2011

La caja de música

La llama de una alta vela baila al son de los silbidos que por una rendija toca el viento que sabe a sal y relente. La sinuosa y semierótica danza es contagiosa y las sombras de cada instrumento y cachivache se proyectan en la pared entonando una orgía chinesca protagonizada por la silueta del farero, que se dedica a sacar de la mano a todas las demás sombras hasta la pista de baile. Si se pierde de vista la pared, el enorme y tosco cuerpo del farero se impone entre el entorno inmóvil. Y cuando él levanta la mirada del periódico y la pasea por el cuarto, la inquietante hiperactividad de los bailarines le recorre la espalda agarrada a un escalofrío, como el que sentiría un niño bajando las escaleras de un sótano mientras una caja de música se hace oír desde la oscuridad. Pero el niño, que no tiene más remedio que continuar, trata de acallar el terror tarareando una canción que conoce. Y el volumen de la cajita, de reborde de porcelana, sube y sube cuando el niño se tapa los oídos con las palmas de las manos enfundadas en las mangas del pijama, hasta hacerse ensordecedor y elocuentemente chirriante. Es posible que el farero tema lo que rodea a su amado faro. Pero quizá lo que teme es la propia figura amenazante y malvadamente majestuosa que con un ojo de luz otea el horizonte en busca de barcos extraviados que atraer hacia sí como una titánica y muda sirena. Siempre ve el faro coronado de fieras nubes negras. Y el temor se convierte en odio y viceversa y solo queda la opción de no separarse de una condena autoimpuesta a modo de terapia de choque. Espera curarse tarde o temprano. Y el día que coge esas escaleras camino del exterior, silba una tonada nostálgica como todas las que conoce, intentando silenciar la diabólica caja de música que quiebra la oscuridad allá abajo.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Fabes y pan tumaca

¿Qué hay más madrileño que un cucurucho de castañas, unos buñuelos, buena música y buen ambiente en la ribera del Manzanares durante las fiestas de La Almudena?

Éste es el eslogan que figura en la página oficial del Festival Castañas y Buñuelos. Y como cabezas de cartel: un grupo asturiano y otro catalán. Quizá más que una contradicción sea un gran acierto, porque ¿qué hay mejor en las ciudades tan grandes como Madrid que el cosmopolitismo?

De primer plato, Manel nos ofreció su buen hacer de sabor mediterráneo con una intensidad muy de agradecer. Con mucho tiento aderezaron las canciones más suaves de su repertorio con fuertes bases de percusión y profundos coros, para adecuarlas a las exigencias de la música en directo, y bordaron los ritmos de sus grandes éxitos, que el auditorio cantó a voz en cuello. Porque sí, en pleno festival a orillas del Manzanares el público disfrutó amb la llengua catalana como si el río se llamara Llobregat y se conmemorara la festividad de La Virgen de la Merced. Los barceloneses, conscientes de que las letras de su segundo disco, 10 milles per veure una bona armadura, no han calado aún como las de Els millors professors europeus, supieron alternarlas. Con el carismático Guillem a la cabeza, Martí, Arnau y Roger, dejaron grandísimos momentos, como cuando, exhibiendo su rápida verborrea, el cantante presentó a la banda de instrumentos de viento-metal que les acompañaría en varías canciones asegurando que se les había unido en la parada que el AVE realiza en Zaragoza. Aunque puede que su jugada maestra fuera durante la pausada Deixa-la, Toni, deixa-la, en la que hicieron partícipes al público diciendo que había de ser un ejército de marineros que, tras dos años en alta mar, entona una melodía para animar al “amigo Toni”. Una vez cesaron las sonoras carcajadas que esto provocó, clausuraron la canción con un lucimiento instrumental cercano al jazz.

Conocí a Manel en el Día de la Música 2010, cuando, de la mano de Nacho Vegas, versionaron My Kiss de los geniales Wave Pictures. Aquel día me llevé la gratísima sorpresa de su directo, ya valiente y atractivo, pero en esta cuarta vez que les veo (siempre dentro de un festival) no he dejado de notar su creciente confianza y lucidez sobre el escenario que enriquece sus ya de por sí brillantes elepés. En cambio, en cuanto a mi admirado Nacho Vegas sigue mediando un abismo entre sus participaciones en festivales, donde no pasa de ser un genio (en estas condiciones le he visto cuatro veces), y sus conciertos, en los que se muestra absolutamente magistral y que he disfrutado en tres ocasiones. Y creo que en este punto llega el momento de juzgar el Castañas y Buñuelos en sí.

Sin atreverme a determinar la causa, el patio de La Riviera bullía de gente que parecía estar allí por compromiso. Eso explicaría el tremendo murmullo que llenó los silencios de las estremecedoras Hablando de Marlén, Canción de palacio #7 (en la que sustituyó a Louis Vuitton por Steve Jobs) y Ocho y medio, canción esta última que defendió el gijonés sin su banda, que hizo mutis por el fondo. A eso se sumó la indolencia que caracteriza a Nacho en estas situaciones, en las que se ahorra grandes demostraciones de desparpajo y habilidad musical, y un mal sonido por parte de los técnicos (el micrófono amenazó con acoplarse sin remedio varias veces), para dejar en algo discreta y descafeinada la actuación.

Huelga decir que tanto Vegas como su banda, con Xel Pereda como peso pesado, aprovecharon alguna ocasión para demostrar su valía. La más destacable fue en la presentación de rigor de una canción de su próximo EP, que lleva por título Cómo hacer crac. De su nuevo proyecto, en el que deja ver su postura hacia la crisis, anunció que verá la luz este 21 de Noviembre, “para celebrar que habremos vuelto a perder”.

En el festival también participaron los grupos You don't know me de Carabanchel, La Estrella de David y, dentro del programa de música electrónica, el nuevo proyecto como Djs de algunos de los integrantes de Los (míticos) Planetas, los Zombie Kids y la gallega Marta Fierro, a.k.a. EME DJ.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Funambulista

Desde pequeño siempre supo que un día pondría sus pies sobre la cuerda. En la tierna niñez ya practicaba siguiendo las líneas que separan las baldosas del suelo o manteniendo el equilibrio en los ladrillos del borde de la acera. El día que se vio subiendo la escalera hasta casi rozar la lona de la carpa es el que recuerda como el momento en que empezó verdaderamente su vida.

El funambulista necesita su trayecto. El primer paso que dio tuvo un poco de miedo a las alturas. Algo inevitable. Pero volver atrás hasta levantarse sobre un material más firme no era una opción. No ahora que sabía lo que era estar suspendido a 23 metros en el Cielo.

Se siente a gusto y avanza saboreando cada sustancia que sus músculos queman concentrados en completar cada paso. Cada uno tiene una vida que aprovechar y por supuesto que se pueden tomar otros caminos, pero nunca es lo mismo. Y él disfruta cada instante que siente y sabe que está viviendo la vida que le corresponde.

No es cuestión de destino. Es mucho más que eso. Es cuestión de voluntad. Y de deseo. Los hados tienen poca mano aquí.

Sabe que el suelo está ahí abajo. Es algo inevitable. Y se acuerda de muchos otros que no han podido evitar besarlo. Pero él sabe que es diferente a ellos e incluso siente que la cuerda bajo sus pies no es como las demás cuerdas del mundo. Y confía que eso sea suficiente. Porque bajar no es una opción, ni tampoco retroceder. Y aunque fuera una opción tampoco importaría, porque es cuestión de deseo y de voluntad. A veces no puede evitar mirar al suelo, claro, y teme y los siguientes pasos suelen ser un poco más difíciles que los anteriores, pero no cabe otra posibilidad y su entereza aumenta con cada sobresalto.

Y disfruta cada instante que confía porque la conjunción entre él y la cuerda es prácticamente perfecta. El nexo entre sus pies descalzos y el tenso tejido parece forjado en una fragua mágica. Y a veces recuerda a Hefesto y lo fuerte que fue su caída desde el Olimpo. Pero confía en que ser diferente sea suficiente.

10 de Marzo de 2011