jueves, 16 de junio de 2011

Contagioso

Al salir del edificio tosco, burdo, sucio y ruidoso vi una metáfora, pero no sé de qué porque la poesía es difícil y los poetas, rebuscados.

La paloma estaba tirada en el suelo, casi desparramada. Boca arriba, con las alas solo medio desplegadas y algo de sangre limpia bajo la cabeza, en el piso, de un rojo intenso y claro. No sé si era Ícaro, o la Paz. Tenía la apariencia de un hombre desplomado desde una planta alta que se hubiera convertido en paloma durante su trayecto hacia el suelo. Como los pies estaban orientados hacia el edificio, se habría tirado de espaldas, para no tener que ver el impacto. Quizá simplemente tropezó. O le empujaron. Qué suerte entonces la del asesino que se libra del cadáver.

Se me ocurre que fuera una persona y no una simple paloma porque el cuerpo, los "restos mortales", ahí, a la vista de todos, se me antojó una forma de humillación tan antinatural que tenía que ser humana. Sus ojos abiertos, la imagen de una chica haciéndole una fotografía, la impunidad de ese asfalto que se había precipitado sobre su cabeza ladeada y ahora descalabrada. Tendido el cadáver desnudo y con el sexo al aire y algo de barba mal afeitada y una expresión solícita en los viriles brazos como la del que sabe que cae y no tiene a dónde agarrarse, o sí que tiene pero la longitud de sus miembros no le alcanza. Demasiado grotesco para el mundo animal.