miércoles, 27 de enero de 2010

Tu olor

Nos arrancamos la ropa y la piel. Imposible estar más desnudos. La saliva fluye por la gravedad y en hondos lagos va a mezclarse con el sudor, en un cóctel improbable. Tu olor ahora es perfecto. Muerdes mi oído y mucho más adentro. Mucho más adentro. Quiero ser todas las mantas que te cubren y la sombra que te cubre y la noche que nos cubre y que no tiene por qué acabar nunca, aunque el Sol hace rato que asoma. El aire hierve. Burbujeante lava donde antes nuestra piel. Estoy a punto de silbar. Como una locomotora o como una cafetera. Muerdes. Hiervo. Paramos.


Tu cabeza se toma un respiro encima de mi hombro, preparándose para el siempre penúltimo asalto. El espacio entre nosotros se reduce al mínimo, ni siquiera cabe el vacío. Ya ni la piel nos separa. También muerdes, pero más suavemente, los labios. Pasaré horas anudando mis dedos con los tuyos, enrollándolos, y ni Alejandro Magno podrá separarlos. Y con tu pelo. Tu olor ahora es perfecto. No sé qué brazo es mío y cuál pierna tuya, pero no importa: los compartimos. Un brazo te CUBRE y acerca. Debe ser mío.


Una campana muy cerca señala el fin del descanso y se reanuda el combate. Volvemos a saltar sobre este ring tuyo. Seguramente acabe perdiendo. KO técnico. Me quedarán secuelas. No importa: Tu olor siempre es perfecto.

jueves, 7 de enero de 2010

A la atención de científicos y catedráticos

Me encanta escucharla al decir mi nombre. Es como un beso de puntillas detrás de mi oreja. Se convierte en la definición exacta del momento en el que sus dedos encontraron mi frente y retiraron un mechón de pelo ardiendo para tornarlo gélida plata. Por fin el primer llanto de un recién nacido y el último brillo del Sol antes de ponerse pueden ser invocados al mismo tiempo. Nunca mis padres soñaron que mi mero nombre fuera tan valioso, por un instante, como todos los segundos juntos que componen mi historia.

Con solo pronunciar sus labios un par de sílabas, las palabras más poderosas tiemblan, viendo ante sus ojos el final de su gobierno. Los de las grandes religiones tiemblan también, y de rabia, porque no han conseguido ni en cientos de años que un solo término describa tan bien el universo, o lo que de verdad importa de él. Y me han dicho que un puñado de científicos, junto a escasos catedráticos de la lengua, están estudiando la de ella para aprender cómo usarla.

No saben que si me preguntaran a mí, acertaría a darles más de una idea.