viernes, 29 de mayo de 2009

Semenario

Y Cardenal, al día siguiente, llegó a aquel colegio y vio saliendo de la capilla a Niño, con pasos cortos y rápidos, seguido por Cura, con pasos cortos y rápidos. Y Cristo en la pared lloraba, pero nadie le veía, que estaba castigado, de espaldas.

Y Cardenal paró a Niño, orgulloso de servir de ejemplo, supongo.

-Y tú, pequeño, ¿quieres ser sacerdote de mayor?

Niño miró a Cura.

-¿Yo? ¿De mayor? Yo quiero ser aborto.

viernes, 22 de mayo de 2009

Baja laboral

El primer día de “desintoxicación social”, como Conejo dio en llamarlo, se despertó muy temprano y, pese a estar una hora dando vueltas con las sábanas, no logró cazar ni un bostezo rezagado de la manada. Finalmente capituló, se levantó refunfuñando, dio un descalzo puntapié involuntario al marco de la puerta y llegó dando saltitos a la cocina. Se preparó un nutritivo desayuno a base de café con hielo y tabaco y encendió el televisor para apagarlo de inmediato. La programación matinal los días de diario es infame. Después de quemar dos de ésos con la mirada centrada en la esquina agrietada de un azulejo, se decidió a bajar a la tienda de ultramarinos a por el periódico y cerveza, que no era plan empezar con whisky tan de mañana.

Por las pesimistas portadas de la “prensa seria”, acabó leyendo los chismorreos de la prensa deportiva sensacionalista, lo cual le deprimió más, seguro, que si hubiera cogido La Verdad, con un atentado, una muerte violenta y una entrevista a varios congresistas (‘continúa en la página 14’) en primera plana. Incluso recortó un artículo para poder quemarlo cuidadosamente.

[Otro aperitivo del proyecto de novela.]

jueves, 21 de mayo de 2009

Mis memorias

Y verse en la obligación de amarlas a todas incondicionalmente, con la única condición de olvidarlas pronto y aún recordarlas para siempre.

Y siempre dejarse engañar y que los perfumes se reconozcan y diferencien, y se reconozcan y rememoren momentos mejores [aunque no hayan existido tales].

Y las pieles, que tienen memoria, también se acuerden del color de las cosas, de vestidos, de melenas, y entre sombras desvestidos, sus relatos escuchar.

Y los ojos mirarse bajo las gafas y bajo las pestañas, en un verse sin querer y aún así querer verse, aunque no haya nada que ver [por no querer perderse, puede].

Y acordarse de estar juntos hoy, mañana y ayer, y, aún cuando ya jamás existamos, saber que cualquier tiempo presente es mejor.